Eduard Fernández: “Cuando interpreto no tengo ideología”

Por Chusa L. Monjas · Foto: ©Papo Waisman · 26 septiembre, 2019

Regresa al certamen que le consideró el mejor actor por su brillante composición del agente secreto Francisco Paesa en El hombre de las mil caras, y lo hace por partida doble. Eduard Fernández, todo un maestro en el dominio de los gestos, está presente este año en el Festival de San Sebastián con dos personajes “de servir, de soporte”, los que encarna en Mientras dure la guerra, de Alejandro Amenábar, y La hija de un ladrón, dirigida por la novel Belén Funes.

Formado en los escenarios, a este catalán que actuó de joven como mimo y payaso en las calles de su ciudad natal, Barcelona, le costó mucho llegar al que desde hace dos décadas es su hábitat natural, el cine, donde directores consagrados y también nuevos han captado su semblante y expresión en cerca de cincuenta películas, por las que ha recibido importantes premios –dos goyas, varios Gaudí, tres Biznagas de Plata…–, “que me han servido para planchar un poco mi ego”, e innumerables halagos. Inmerso en la grabación de  30 monedas, la serie de terror de Álex de la Iglesia por la que acude clases de boxeo y no perdona su cita con un entrenador personal–“me he quitado 15 kilos”–,  Fernández disfruta del que es “el mejor momento de mi vida profesional y personal”.

Empezamos por La hija de un ladrón.
Esta película nació con mi hija, Greta, que es la protagonista. A Belén la conocí de meritoria en el filme que hice con Mar Coll, Tres días con la familia, y la he visto crecer. Es muy buena, tiene las ideas muy claras, sabe qué quiere contar y cómo quiere rodar. Decidí apoyarla y hacer de papá de Greta.

¿Es la primera vez que trabajan juntos?
Es la primera vez como Dios manda, a lo grande. En Ficción, de Cesc Gay, Greta tenía un papel muy pequeño, estaba jugando, no sabía lo que hacía.

Antes de empezar La hija… me dijo: “esto es fuerte papá”, porque cuenta la relación de un padre y una hija que se llevan muy mal, y ella y yo nos llevamos muy bien. Pensamos que sería duro porque nos peleamos, hay mal rollo, y fue un rodaje muy profesional, tranquilo, sin mucho aspaviento emocional.

En Mientras dure la guerra se mete en la piel de Millán Astray, el fundador de la Legión Española.
Un personaje grande, importante, histórico y muy complicado de hacer. Tenía que estar muy al límite y a la vez no había que pasarse. Tenía que estar en la cuerda floja todo el rato porque así era Millán Astray.

¿Qué les diría a los que dicen que Mientras dure la guerra es otra película de la Guerra Civil?
Les diría que es una película sobre España, sobre nuestro pasado y también sobre donde estamos. No hay un tiro, no hay una gota de sangre y, sin embargo, habla de la Guerra Civil de una manera muy profunda y muy objetiva, que era lo que pretendíamos.

Cuando me propusieron el papel fui muy feliz, hice muchas pruebas hasta que Amenábar me dijo que sí. Yo no puedo interpretar un personaje si lo juzgo. Me informé, aprendí y descubrí muchas cosas de Millán Astray, al que he encarnado desde el absoluto respeto como creo que está hecho el filme, sin tomar parte ni por rojos ni por azules.

Durante el rodaje, la productora del filme recibió una advertencia de la Plataforma Patriótica Millán Astray.
Entiendo que es un personaje al que hay gente que ama y venera, y tenían miedo que los del cine, que son todos muy de izquierdas, se rieran del personaje. Y para nada. Cuando interpreto no tengo ideología.

Últimamente me imagino a los personajes de pequeños, con tres o cuatro años. Y pensé en Millán Astray de niño, esperando a que su padre, que era funcionario de prisiones, saliera de trabajar, teniendo contacto con asesinos, violadores, con las personas que estaban en la cárcel. Por dinero, su padre dejó salir a algunos presos por un tiempo y le pillaron. Él quiso redimir a su progenitor, porque entendió lo que le decía de que todo el mundo se merece una segunda oportunidad, lo cual me parece bonito.

“Se aprende mucho de este oficio interpretando a secundarios”

Concursa en San Sebastián con dos producciones muy distintas.
Ojalá haya un premio para cada una. Karra Elejalde se lo merece, ha hecho un trabajo excelentísimo con el personaje de Miguel de Unamuno en Mientras dure… Y si mi hija gana, allí estaré, muy contento y muy atento.

Sin fórmula

En su carrera alterna la presencia de directores consagrados con el impulso a noveles. El último ejemplo está en Amenábar y Funes.
Como alguien más experimentado, creo que he ayudado a Belén a que no se traicione. Ella es muy minimalista y estábamos haciendo una cosa hiperealista. Nos entendimos muy bien. Alejandro es maravilloso. Es muy bueno, rueda como dios, y pone los límites con mucho cariño, claridad y respeto, lo que se agradece.

Igual que hago protagonistas y secundarios, pues me pongo a las órdenes de directores reconocidos y debutantes.

Para usted, ¿tiene la misma importancia un protagonista que un secundario?
Sí. Se aprende mucho del oficio haciendo secundarios. Tienes que ser muy claro, muy específico y tienes que cumplir exactamente con tu papel para servir al otro.

Ha trabajado con cineastas extranjeros, pero no ha probado otras cinematografías.
Me gustaría, pero no hablo inglés. Buenas películas se hacen en todos los sitios.

En todos los personajes, es inevitable que uno cuente un poco de sí mismo.
Sí. Es mi cara, aunque me la cambien. Cuando alguien dice “no lloro yo, llora el personaje”, si lo analizas, las lágrimas salen de dentro. Siempre hay algo de uno.

¿Cuándo volverá a pisar las tablas?
Está el proyecto de El vientre del mar, pero no es seguro. Tengo una cosa en la cabeza, un monólogo en el teatro, que haré en un par de años.

En el cine le va muy bien.
Cuando estaba a punto de renunciar salió Zapping y enseguida Los lobos de Washington, donde empezó todo. Han pasado 20 años y aquí sigo. Además puedo elegir, lo que es la bomba. Estoy en el mejor momento de mi vida profesional y personal, y lo disfruto con alegría, tranquilidad, día a día y sin intentar agarrarlo, sino surfeando.

Y también tiene la televisión, de la que nunca ha renegado.

No. Lo importante es la calidad, se pueden hacer cosas buenas en cine, teatro y televisión, que ha cambiado con la llegada de las plataformas. Ahora estoy con 30 monedas, donde mi hija también tiene un papel.

Vivimos este viaje juntos con mucha naturalidad de padre a hija, de actor a actriz. A Greta le he regalado la mecánica de lo que es ir a rodar, de prepararse, maquillarse… Recuerdo que en Los lobos... me montaba en el coche con la emoción que creía que tenía que tener el personaje, y eso es agotador y no hace falta. Ella esto ya lo sabe.

¿Le gusta que su hija haya tomado su mismo camino?
Sí, pero si hubiera hecho otra cosa también estaría encantado. Primero es mi hija, y luego somos intérpretes.

¿Ha pensado dirigir?
Tengo poco motor, me cuesta arrancar, pero la posibilidad está ahí. Antes de estudiar mimo, estudié dirección de cine en Barcelona.

¿Sigue echando en falta películas ‘medias’?
Sí. Como en la vida, y eso es lo bonito, aquí no hay fórmula. Hay que probar porque puedes tener un buen guión, buenos actores y un buen director de fotografía, y si no se da lo que algunos llaman magia…

Cuando estoy rodando y hay una escena que la gente celebra mucho, por experiencia sé que no tiene ningún valor. Hay que montarlo y ver cómo queda. Lo que hay que tener es oficio y estar ahí cada día.

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