Trabajadora, madre, costurera, hermana, cocinera, hija, cuidadora, amiga, manitas, psicóloga, chofer, amante, recadera. Si leer estas tareas –no son todas– ya cansa, afrontarlas cada día con energía se convierte en una tarea hercúlea. Hercúlea pero invisible, dada por hecho. Rosa (Candela Peña) es una de las muchas mujeres obligadas a poder con todo. Un buen día, decide que su vida es primero para sí misma y después para los demás, por muy cercana que sea la relación consanguínea o de afectos. Ese día Rosa decide casarse consigo misma para anunciar, con testigos, su intención de convertirse, sino en su propia esposa, sí en su prioridad. La boda de Rosa, película número 11 de Iciar Bollain y que dará el pistoletazo de salida al Festival de Málaga, tiene el saber casero y el aire mediterráneo de las comedias clásicas de nuestro cine. Solo que esta vez, la madre, hermana, hija y amante no está en el fondo del plano, sino en el centro de la historia.
Regresa con guion firmado junto a Alicia Luna tras algunas películas con libreto de Paul Laverty, ¿cómo se ha desencadenado este reencuentro?
Aunque no habíamos vuelto a escribir juntas, no hemos dejado nunca de colaborar. Tenemos mucha complicidad. Le propuse la idea, que le pareció muy divertida, y nos pusimos manos a la obra. Normalmente llevo yo más el peso de la escritura del texto y ella hace frontón conmigo; aparte de toda la investigación, que hacemos juntas. Hemos disfrutado mucho, el tema nos ha servido de terapia. Las preguntas que se hace Rosa es muy sano hacérselas, y sus promesas también nos las hemos hecho nosotras. Hemos conocido a mujeres que se han casado consigo mismas, hemos investigado sus razones… Hemos reflexionado sobre estas mujeres cuidadoras que tan poco se ocupan de sí mismas. Hay muchas mujeres y muchos hombres que son como Rosa, y conocerlas mejor ha sido un viaje muy bonito.
Las cuidadoras de las familias no suelen ser protagonistas.
Una de las pocas cosas buenas de la pandemia ha sido poner más atención a los cuidados, a esas actividades que tan poco se muestran en el cine. Es un trabajo invisible, no son protagonistas de películas y prácticamente tampoco de sus vidas. Todos tenemos cuidadoras –suelen ser mujeres– alrededor: madres, abuelas, tías… Figuras que nos han ayudado y nos siguen ayudando, que pocas veces son el centro de la historia. Rosa se convierte en el centro cuando entra en crisis con ese rol.
¿Qué pasaría si, como Rosa, estas figuras abandonaran su papel central de cuidados en la sociedad?
Se para. Es un trabajo de 24 horas, siete días a la semana, pero que tiene muy poca visibilidad, y por tanto muy poco prestigio. Es una pena y una injusticia, porque es una actividad clave. Sobre todo en España, porque yo vivo en Reino Unido y aquí existe una cobertura social mucho mayor. El Estado se hace cargo en mayor medida de las personas mayores y dependientes. En España esa tarea es de las familias, lo que quiere decir de las mujeres de la familia. Es un trabajo que debería estar reconocido y remunerado.
Esa falta de consideración se ve en los hermanos de la protagonista–interpretados por Nathalie Poza y Sergi López–, que consideran que los problemas reales son los suyos, no los de Rosa, que puede con todo.
Rosa está para todo. Lo interesante es cómo vamos descubriendo que, aunque en principio parece que la que está mal es ella, en realidad sus hermanos están mucho peor. Al mover ficha Rosa, los demás se ven obligados también a confrontar su situación, y la dinámica familiar cambia por completo.
«En España los cuidados recaen es de la familia, lo que quiere decir en las mujeres de la familia»
Para Rosa, avanzar significa volver a su origen. En un mundo globalizado y pandémico, lo local, lo pequeño ¿tiene más valor?
Viene ocurriendo desde hace un tiempo. De hecho, nos hemos inspirado en una marca de ropa que tiene su sede en un pueblo pequeño, en una casa preciosa, desde donde vente sus prendas, accesibles y modernas, a todo el mundo por internet. Tiene raíz y contenido. Rosa vuelve a su pasado a buscar eso: su personalidad, su sabor, que desde el pueblo puede ser universal.
La protagonista de su cinta decide emanciparse a través de un acto institucionalizado, casarse. ¿Cómo de importantes son estos ejercicios simbólicos para que los demás nos tomen en serio?
Es una pregunta que nos hacíamos. No hace falta hacer una ceremonia para comprometerse con uno mismo, lo puedes hacer en casa. Pero es verdad que, cuando te pones delante de la gente y lo dices en alto, se convierte en otra cosa. Eso son las bodas, un compromiso con testigos. Hay una parte subversiva, la de transformar el rito, que tiene un efecto divertido y potente; pero también está la parte real, la de hacer el compromiso público para que se le otorgue valor. Se convierte en un contrato, tú misma te lo tomas más en serio.
Decir que no
¿La incorporación de la mujer al trabajo no debería haber redistribuido los cuidados?
Las mujeres llevan la doble mochila, la del trabajo y la del hogar. Nos hemos cargado con una sin que la otra haya desaparecido. Y se espera que lo hagamos todo con una sonrisa y sin una queja. Esa es otra mochila, de las más pesadas, porque es cultural: la de no quejarnos, la de no decir nunca que no. Con lo simple que debería poder decir que no.
¿Rosa siempre tuvo el rostro de Candela Peña?
Trato de escribir grandes personajes para grandes actores y actrices. En mi primera película escribí un papel con una actriz en mente que finalmente no pudo hacerlo, y luego cuesta mucho quitarse la idea, así que procuro no volver a caer en eso. Pero siempre tienes personas en mente, y Candela era una de ellas. Hay un proceso de casting en el que sigues construyendo al personaje. Hay que estar abierto porque luego nunca sabes quién podrá hacerlo y quién no.
La boda de Rosa llega en mitad de la incertidumbre. ¿Es el mundo un lugar peor que cuando se rodó?
Creo que vamos a convivir con esta extraña normalidad bastante tiempo. Han sido meses complicados, en los que podemos vernos pero no podemos vernos, compartimos espacio pero con distancia y mascarillas… Lo que más me angustia es la economía, cómo va a afectar a la gente. La precariedad sigue instalada, quienes ya vivían en precario van a llevarse la peor parte.
¿Cómo puede resistir el cine la desconfianza de su público?
Las cosas van cambiando de día en día. Pero no puedo entender que viajes en el tren al lado de una persona y en el cine no sea así. Hay que encontrar la manera de que sobreviva todo. Entiendo que es muy complicado manejar esta situación nueva, pero hay que crear las condiciones para que no se acabe la cultura. No se trata de arriesgar a nivel sanitario, pero si no ponemos atención, el sector corre peligro. Si podemos entrar en una tienda, deberíamos poder entrar en un cine.