David Martín de los Santos: “No creo en el cine de certezas”

Por María GIl · 6 noviembre, 2020

Con La vida era eso, protagonizada por Petra Martínez y Anna Castillo, compite por el Giraldillo de Oro del Festival de Sevilla 2020

Para David Martín de los Santos, “las historias deben ser algo esencial y que tengan que ver conmigo”, mantra que cumple su ópera prima, La vida era eso, donde el director madrileño se fija en la mochila del pasado y la generación de sus padres. Bregado en documentales y cortos, debuta en el largometraje de la mano de Petra Martínez y Anna Castillo, que interpretan a dos mujeres españolas que coinciden en la habitación de un hospital en Bélgica. María vive allí desde hace décadas, tras emigrar en su juventud, y Verónica es una joven recién llegada en busca de las oportunidades que no encontró en nuestro país. A través de este choque fortuito entre la diferencia, Martín de los Santos traza un diálogo y una transmisión “que es generacional, pero también vital y espiritual”.

¿De dónde surge esta historia?
El principal motor es mi madre, es quien me inspira. Ella perteneció a esa generación nacida en la posguerra y cuando le diagnosticaron una enfermedad terminal y en mi proceso de cuidado, que es un proceso lento, me vino la idea de ese encuentro entre dos mujeres de dos generaciones diferentes en la habitación de un hospital. Siempre habíamos tenido una relación muy de madre e hijo y, en el final de su vida, me contaba muchas cosas y se creó un vínculo más cercano y trascendimos un poco esos roles.

No es el relato de mi madre, pero fue surgiendo de preguntarme: ¿quiénes habían sido mis padres? ¿Cuál es el momento que les había tocado vivir? ¿Cómo les había afectado ese momento y la educación que tuvieron y que nos trasladaron a sus hijos?

Simbolizan dos tipos de mujeres completamente distintas.
María representa una educación más tradicional, una generación más vinculada al lugar al que pertenece. Ha crecido en esas estructuras sólidas en relación con el trabajo, la familia y ciertos valores que tienen que ver con la dignidad humana. Y Verónica remite a la modernidad líquida de Zygmunt Bauman, donde los vínculos y las relaciones son más inestables y hay más individualismo. Miedo al compromiso por miedo a perder la libertad.

A partir de ahí, me pregunto con qué nos quedamos en la mochila del pasado, de nuestros antepasados, de la memoria y de qué nos tenemos que despojar. Y mirándolo desde el presente, donde con tanta distracción que parece que estamos perdiendo la memoria.

¿Siempre tuvo en mente a Petra Martínez y Anna Castillo para dar vida a María y a Verónica?
Desde el principio tenía clarísimo que era Petra. Tiene mucha pureza y los pies en la tierra. Sabía que le podía dar el punto de inocencia, por momentos infantil, que tenía el personaje de María, porque cuando empieza la película hay un aspecto en el que no ha madurado.
En el caso de Anna, fue tras ver El olivo que me enamoré de ella. Es una actriz con una frescura, una luz y una intuición que hacía que fuera ideal.

La mirada de María trasmite tanto o incluso más que sus palabras.
Hay mucho trabajo más allá del guion. Me gusta ir trazando la biografía y las circunstancias de los personajes y esas cosas que no están en el texto, sobre todo en el trabajo con la familia. Con Ramón Barea había que construir todo lo que no vemos, que está en off y en el subtexto. Toda esta antesala ayuda para que se genere esa verdad en María. Y luego el talento y esa mirada que tiene Petra.

Una deuda con la vida

El personaje realiza dos viajes, uno emocional y otro físico.
Hay un viaje interior que tiene que ver con saldar una deuda con la vida. Y esa deuda tiene que ver con redescubrir su propia identidad y sus deseos. Hablamos de una generación de mujeres que fueron educadas para agradar a los demás, para ser buenas hijas, buenas madres y buenas esposas, para ser ángeles del hogar. Es parte del proyecto franquista con la moral de la iglesia católica. Para mí es como un rito de paso que ella tenía pendiente, ese paso de la adolescencia a la edad adulta, donde uno va descubriendo su personalidad, sus deseos, su sexualidad etc. El viaje de la película es un poco el viaje que ella tenía pendiente con la vida.

Y en el viaje físico va desde Gantes a Almería. ¿Qué representaban estos lugares?
Rodamos en Bélgica porque encontramos unos socios allí, pero podía haber sido otro país europeo porque a finales de los años cincuenta se abrieron las fronteras y hubo mucha inmigración española a en países industrializados como Francia, Bélgica, Holanda Alemania, Suiza, etc. Rodamos en uno de los barrios de inmigrantes en Gante.

«La cinta muestra a una generación de mujeres que fueron educadas para agradar a los demás»

Almería es una tierra que conozco muy bien, escribí esta historia allí y tenía muchas ganas de filmar la zona. Hay también un juego entre los espacios, este diálogo entre lo viejo y lo nuevo. Almería está teniendo una gran transformación. El pueblo de las salinas en el que rodamos es de los pocos que encontramos donde todavía permanecen las casas tal cual eran. Toda esa vieja arquitectura va desapareciendo. Es una tierra especial con muchos contrastes y colinda con todo ese mundo de los invernaderos y la inmigración, que también alude a la modernidad.

¿Cree que la sociedad y las propias familias son conscientes de esa deuda con la vida de toda una generación de sus madres y abuelas?
Yo planteo la pregunta de hasta qué punto somos capaces de ver a nuestras madres y abuelas más allá de ese rol de madres y abuelas. Y más allá de ello, hay una persona que tiene deseos e identidad. Es lo que le pasa a la familia de María, es como si no la reconociesen más allá de su rol de madre, porque ella ha conectado con algo y quizá eso la ha convertido en una extraña. La vida era eso es una exploración en ese sentido, no creo en el cine de certezas.

Se dice que las óperas primas suelen ser películas muy personales. En su caso, siendo su madre el origen de todo el proyecto, ¿coincide con esta premisa?
Mis cuatro cortometrajes y los documentales que he hecho, en algunos casos, han surgido de cosas cercanas y cuando no ha sido así, como con algunos documentales de encargo, siempre hay un camino desde que te llega para hacerlo personal. Yo sí necesito crear puentes que me conecten con lo que estoy contando.

En el fondo, en La vida era eso estoy haciendo el retrato de una mujer que tiene alrededor de 70 años y tienes que trabajar desde la observación, la empatía y la humildad. Hay un vínculo personal claro, porque tiene que ver con mis padres y con un contexto sociopolítico que está en sus vidas y en la mía, porque soy un poco ellos. Si no fuera algo esencial, que tiene que ver conmigo, no sé si resistiría el tiempo que tarda un proyecto en realizarse.

“Necesito crear puentes que me conecten con lo que estoy contando”

La vida era eso es una de las tres historias españolas de la sección oficial del Festival de Sevilla, al que no podrán acudir por la situación sanitaria con la pandemia–la película se proyectará en la Academia de Cine–. ¿Con qué sensaciones vive este debut insólito?
Con sentimientos encontrados. Triste, por la situación general, y por otro feliz porque ha llevado mucho tiempo y esfuerzo sacar la cinta adelante, así que es un momento especial presentarla por primera vez. Estar en el Festival de Sevilla es una maravilla y además se estrenará simultáneamente en el Festival de Tokio. En un mundo normal e ideal, la película llegaría a los cines una semana después, pero en el mundo que nos ha tocado vamos a presentarla en Madrid y el estreno no lo sé. Creemos que es fundamental que pase por las salas.

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