Alejandro Marín: “Hemos retratado una época oscura de manera luminosa”

Por Enrique Aparicio · 6 julio, 2023

El debutante malagueño estrena hoy Te estoy amando locamente

¿Una pancarta con la proclama ‘Liberación sexual’ colgando, nada más y nada menos, que de la Giralda de Sevilla? Ocurrió en 1977 y es probable que muchos habitantes de la ciudad todavía lo recuerden, pero el cine no había retratado hasta ahora este hecho ni el movimiento que lo impulsó. El debutante Alejandro Marín ha puesto fin a ese olvido cinematográfico en Te estoy amando locamente, cinta de vocación popular que se propone además hacer memoria de los inicios del movimiento LGTBI en la capital andaluza. A partir de una historia de ficción sobre la accidentada relación entre una viuda –una soberbia Ana Wagener– y su hijo homosexual –el cada vez menos revelación y más reclamado Omar Banana–, la cinta despliega una plétora de situaciones y personajes que componen, a un tiempo, una efectiva comedia y el testimonio de la eclosión de la conciencia LGTBI en nuestro país. La cinta, un triunfo en ambos sentidos, se estrena hoy en salas.

 

¿Cuál es la génesis de Te estoy amando locamente? ¿La parte histórica o la trama entre la madre y el hijo?

En el 2017 me entero de que es el 40 aniversario de la primera manifestación LGTBI Orgullo del Estado Español, la de Barcelona. Yo soy del colectivo pero no conocía para nada su historia en España, así que empecé a interesarme porque era una parte totalmente desconocida. Descubrí las consecuencias de la Ley de Peligrosidad Social, las terapias de electrochocks…

Y a la vez la aparición de los primeros movimientos de liberación homosexual. Empecé a tirar del hilo y llegué a la historia de Armand de Fluvià, fundador del primer movimiento y con el que pude hablar, y me descubrió a Mar Cambrollé. Ella había viajado en su día a Barcelona para empaparse de lo que allí estaba pasando y trasladarlo a Sevilla. Y como era parte de la Juventud Obrero Cristiana, organizó las primeras reuniones en el Palacio Arzobispal. Esta paradoja tan maravillosa es lo que me indicó: aquí hay una película. Decidimos no hacer solo una película sobre el colectivo y para el colectivo, sino llevar la historia a lo universal. Ficcionamos la historia de una madre y una hijo y la unimos con la gestación del movimiento.

¿Cómo ha sido el proceso de documentación?

Para mí era lo más importante. Me daba mucho respeto porque yo no he vivido la época, y no solo había que reflejar unos hechos concretos sino la España en la que se estaban produciendo. Nos sumergimos en muchos campos, hemos hablado con mucha gente –también con gente que no era del colectivo, pero estaba en los movimientos estudiantiles o en los barrios–, leer novelas de aquellos años o ambientadas en aquellos años, ir al Archivo Provincial de Sevilla a leer expedientes… Antoni Ruiz, actual presidente de la Asociación de Expresos Sociales, fue uno de los testimonios más valiosos. También consultamos a jueces actuales, con familias para saber cómo era la rutina de esos años… Llegó a ser agobiante, porque no queríamos meter la pata, pero a la vez decidir qué entraba y qué no fue furo, porque todo era muy interesante.

El activismo LGTBI tiene en España una historia apasionante, pero no ha sido demasiado retratado.

Eso es algo que nos motivó, porque no hay muchos ejemplos y es una historia muy cinematográfica. Además, escogimos el movimiento de Sevilla por una cuestión de cercanía: los dos guionistas somos de Málaga, una de las productoras también, nuestros padres estudiaron en Sevilla… Fue algo casi romántico, pero queríamos mostrar que más allá de Madrid y Barcelona había también efervescencia. No es una historia que esté escondida, porque ahí está la documentación, y si nosotros hemos accedido a ella cualquiera puede, pero es cierto que no se le ha prestado mucha atención. Es llamativo.

La cinta combina memoria histórica con unas hechuras comerciales. Es una mezcla casi alquímica.

El germen de la película era más documental. No de género documental, pero desde luego más testimonial, más de recreación histórica. Pero empezamos a fijarnos en películas como Billy Elliot, o Pride, y quisimos hacer una película de héroes y no de víctimas. Veíamos que era posible retratar una época oscura de manera luminosa. Eso era esperanzador, y nos llevó a la comedia. Ya solo que las primeras reuniones de homosexuales fueran en el Palacio Arzobispal tiene su humor. Eso nos alentó a llevar la historia por ahí, nos lanzamos a un tono ecléctico, que fuera del drama a la comedia y viceversa.

Fijar el tono fue un proceso complejo, ir equilibrando la oscuridad con la esperanza, no regodearnos en el drama… Creo que fue un acierto, porque en el rodaje ya nos reíamos mucho y creo que eso se nota en el resultado final. En los pases con público hemos visto que la gente ríe y al instante está con la lágrima.

¿Ayuda la comedia a empatizar con los personajes?

Yo creo que sí, porque si cuentas esta historia de manera divertida ya no se siente como un panfleto, como una denuncia sin más de como era esa España, aunque por supuesto también hay esa parte. Se hace más asequible, una historia más cercana, y eso nos gustaba: hemos retratado héroes pero son torpes, son muy de la calle. Y con esa humanidad consiguieron cosas extraordinarias.

La relación maternofilial, entre el amor y la incomprensión, está muy lograda.

Creo que se debe a que, aunque la tensión la genera que el hijo sea gay, no nos referimos solo a eso. Es una relación en la que la madre quiere lo mejor para su hijo, y eso lo coloca por encima incluso de lo que su hijo quiere y le verbaliza. Hay escenas que apelan a cualquier hijo o hija, que se ha sentido distanciado de su madre o de su padre en un momento dado. Cuando los ideales de vida chocan.

La película es muy coral, y parece una decisión alineada con lo colectivo del inicio de los movimientos sociales.

Desde el principio queríamos reivindicar, digamos, lo colectivo dentro y fuera del colectivo LGTBI. De ahí por ejemplo el personaje del cura obrero, porque esas figuras de sacerdotes que renunciaban a su suelto y se dedicaban a otras cosas existían. O el colectivo feminista, que siempre fue de la mano del LGTBI… Queríamos meter una variedad de personaje y no hacer una película centrada en una sola figura. Estamos en un momento muy individualista y está bien recordar la fuerza de lo grupal, de lo comunitario. Por eso también hay personajes más politizados, otros más artísticos y otros más ligeros, que estaban allí pero sin tanta carga ideológica, porque eso también pasaba.

¿Cuántas historias del colectivo LGTBI quedan por contar?

Infinitas. Y hay que contarlas, porque si no corremos el peligro de que vuelvan a pasar.

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