Desde que dio vida a Florència en la producción basada en la novela homónima de Emili Teixidor, Pa negre, no ha parado. Formada en el Instituto del Teatro de Barcelona, su ciudad, Nora Navas no era una novata en el mundo de las tablas y de la televisión cuando dijo sí a Agustí Villaronga, que siempre la vio como la sufrida madre del niño protagonista, papel por el que todos hablaron de esta intérprete solicitada por Pedro Almodóvar, Antonio Chavarrías, Imanol Uribe, Salvador Calvo, Oriol Paulo y por numerosas cineastas. Una nómina a la que se incorpora Lluís Danes, por el que se ha convertido en La vampira de Barcelona, la primera versión cinematográfica sobre Enriqueta Martí, que fue acusada del secuestro, explotación y asesinato de niños en la Barcelona de principios del siglo XX.
Durante esta pandemia, a la española de El ciudadano ilustre le ha cambiado la forma de mirar las cosas. Involucrada en la plataforma ActúaAyudaAlimenta, Navas es una defensora a ultranza de la cultura que representa y de la unidad de su colectivo. “Jamás he tenido un problema en rodaje”, subraya la intérprete que solo juega a ser “la más mala de todas” en las películas.
¿Diría que La vampira de Barcelona es una película especial?
Es una película valiente, arriesgada a nivel formal porque se rodó en platós, todo es cartón-piedra, pero la iluminación, entre otras muchas cosas, nos lo hacía muy real. Está la potente estética del director Lluís Danes, que siempre trabaja con la cosa onírica, muy teatral, de los años 20, muy del inicio del cine, pero a la vez con una emocionalidad y una verdad en las actuaciones que hace una mezcla muy explosiva.
Choca que el cine no se haya fijado antes en esta historia basada en hechos reales porque, además de ser un caso muy documentado, es muy cinematográfica.
En su tiempo fue un suceso muy mediático. Ha protagonizado obras de teatro, incluso un musical, pero esta es la primera película sobre esta mujer que sufrió un linchamiento. En la Barcelona de principios del siglo XX había mucha pobreza, explotación infantil, desaparición de niños y una diferencia de clases muy potente. Y la mujer pobre, prostituta y sabia estaba muy estigmatizada. Nosotros nos basamos en un libro de la historiadora Elsa Plaza que la defendía.
Después de haberse metido en su piel, ¿quién fue de verdad Enriqueta Martí?
Una pobre mujer que se tuvo que prostituir y que tuvo una vida horrible, miserable, muy sometida, y con una perturbación mental porque quería ser madre, se le murió un hijo y tuvo varios abortos. Vista desde ahora, es muy difícil de juzgar, pero no era una asesina de niños, fue una cabeza de turco.
Yo he querido dignificar a esta mujer, rendir un homenaje a esas mujeres. En la película, el periodista que cubre el caso se plantea si esto no es una caza de brujas para tapar el tema de las clases altas que acudían al barrio chino a tener relaciones sexuales con niñas.
La historia tuvo lugar en 1912 y estamos en el 2020.
Y sigue existiendo la pederastia, el tráfico de menores, la caza de brujas, el poder de la prensa para desviar la atención pública sobre ciertos asuntos, el morbo, el todo vale para vender más… Está de plena actualidad el poder crear un monstruo en una mañana.
La vampira... es una mezcla de géneros.
Hay ilustraciones, sombras chinescas… parece cine alemán. Le decía al director que no se quedara a la mitad de lo que quería hacer, que fuera hasta al fondo porque si te quedas a medio camino, no funciona.
El vampiro está muy presente en el cine de terror. La mayoría de las historias de vampiros siempre están protagonizadas por personajes masculinos.
Venimos de una tradición patriarcal. Estamos acostumbrados a que nuestros héroes y antihéroes sean hombres, y que la mujer quede relegada a la madre, la hija o la puta. Entrar en la parte emocional de Enriqueta y defenderla me ha gustado mucho, y también me lo he pasado muy bien trabajando con efectos especiales.
Su vampira bebe sangre, pero no lo hace para preservar su belleza y juventud.
Necesitaba sangre porque padecía un tumor en el útero. En la cárcel, acabó mutilándose y bebiéndose su sangre.
¿Por qué gustan tanto los vampiros?
Por la propia necesidad del ser humano de estar más allá que acá. Está la muerte, la oscuridad, el misterio, el dolor, el sufrimiento, y estas historias te dan la posibilidad de situarte allí, de morir y volver a renacer.
Sitges 2020 es el escaparate del filme.
Es la primera vez que presento una película allí. Soy más de cine de autor, y, aunque no es una historia de sangre e hígado, creo que es un buen escenario.
Grandes profesionales y en grandes historias
Esta rodando Las cartas pérdidas, de Amparo Climent; tiene pendiente el estreno de Libertad, de Clara Roquet; empieza Sinjar, de Anna Bofarull; y se ha puesto en manos de Gracia Querejeta, Manuela Burló, Daniela Féjerman y Mar Coll, entre otras cineastas.
Y estaré en el Lliure con una obra de la escritora Doris Lessing que ha adaptado y dirigido Carlota Subirós. Tengo la cuota alta en ser dirigida por mujeres, con las que hay un plus porque nos entendemos y apoyamos.
Me gusta trabajar con grandes profesionales y en grandes historias, y quiero que haya más profesionales mujeres, pero lo que prima a la hora de aceptar un proyecto es su calidad.
Cuando era una joven actriz, ¿soñaba con ganar un Goya?
Nunca, por eso fue tan bonito y tan poco esperado. Mi sueño siempre es trabajar con actores y directores con talento. Después de lograr el Goya por Pa negre [también levantó la Concha de Plata a la Mejor Actriz Protagonista del Festival de San Sebastián, el Gaudí y el Forqué], te das cuenta lo difícil que es ganarlo. Recuerdo que hice la alfombra roja con Alberto Iglesias, que ya había ganado unos cuantos premios de la Academia, y yo estaba allí como la Cenicienta. ¡Ni siquiera sabía que tenía que ir vestida de gala! [ahora es vicepresidenta de la Academia de Cine y ha aspirado a estos reconocimientos en dos ocasiones más, con Felices 140 y Todos queremos lo mejor para ella].
¿Qué es lo que le ha resultado más difícil de interpretar?
No ha sido fácil ser la vampira por dar con la línea entre encontrar ese punto de loca y darle humanidad. Tampoco lo fue la Florència de Pa negre. En los ensayos, Agustí me decía: “es que no es así, es que no es así”, y yo le respondía “ya lo sé, ya llegaré”. Fue muy trabajoso, pero me gusta que sea así por el resultado que obtienes. Soy actriz de ensayar, no veo dificultad sino trabajo.
¿Qué le parece el recorrido que han hecho las mujeres tras los más de dos años del #MeToo?
Ha valido la pena, tengo una hija de 12 años y veo que las generaciones venideras son muy distintas a nosotras. Y es así también porque nos hemos atrevido a denunciar y a poner voz, aunque algunas veces alguna se haya perdido por el camino por magnificar todo de las mujeres. A mí me encanta compartir todo con mis compañeros, nuestra revolución solo puede ser con ellos.
Voy a las escuelas y veo que hay muchas más mujeres que quieren ser sonidistas, que se quieren dedicar a la composición de música. En el programa ‘Residencias Academia de Cine’ van a la par los proyectos de hombres y mujeres, y esto se traducirá en más académicas, más directoras… Se ha avanzado. Ahora hay más posibilidades, tenemos las redes y cuando hay algo que no nos gusta, salimos a la calle y lo visibilizamos.
¿Ha sacado la industria del cine alguna lección de esta pandemia?
La cultura continúa estando sin apoyos, no está valorada. Ha servido para gritar y para poner en evidencia que hay todo un colectivo de familias viviendo de la cultura, que hay que ver más allá del glamour y de las películas que hacen más ruido.
Tras el confinamiento, ¿va mucho al cine?
Sí, y también al teatro. Tengo ganas de compartir el arte con los espectadores. Mi pasión por mi profesión y por todos los que trabajamos en ella estaba apaciguada y ahora ha aumentado.